Desperdicio de alimentos, seguridad alimentaria y ambiente
Por: Juan Jované/ Defensor Social, Docente en Economía
Las cifras de la comida desperdiciada en el mundo no solo son
espeluznantes, sino que el fenómeno que expresan es a tal punto
inhumano que llevó a que el papa Francisco nos recordara que “la comida
que tiramos es como si la hubiésemos robado de la mesa de quien es
pobre, de quien tiene hambre”. De acuerdo con cifras recientes de
Naciones Unidas, mientras que 870 millones de personas alrededor del
mundo sufren de desnutrición, aproximadamente la tercera parte de los
alimentos producidos a nivel global, que alcanzan a 1.3 mil millones de
toneladas métricas, nunca son consumidos, simplemente se convierten en
desechos.
En
el caso de los cereales, que constituyen un elemento central para la
alimentación de los seres humanos, las estimaciones de la FAO llaman la
atención sobre el hecho de que los consumidores de los países ricos
desperdician una cantidad de comida equivalente a toda la producción
neta de
alimentos del África subsahariana. Así mismo se calcula que los
alimentos desechados en los Estados Unidos alcanzan cerca de $48.3 miles
de millones.
Se trata, se debe añadir, de un fenómeno que no solo tiene una amplia
repercusión negativa sobre la equidad y el derecho a la alimentación,
sino que también perjudica significativamente al medioambiente. De las
estadísticas disponibles se puede concluir, por ejemplo, que por lo
menos la mitad de las aguas utilizadas para producir los alimentos
desechados en Norteamérica simplemente se desperdician. Así mismo se
sabe que en el Reino Unido, aproximadamente el 32% de los alimentos
comprados no se consumen, por lo que van a parar a los vertederos. En
ese país se calcula que el 61% de los desechos provenientes de los
alimentos se podrían haber evitado si hubieran efectivamente llegado a
la mesa. En el
caso de Estados Unidos, por su parte, se calcula que el desecho de
materias orgánicas es el segundo componente de mayor abundancia en sus
vertederos, siendo, además, la principal fuente de emisión de gas
metano.
Las causas inmediatas de estas pérdidas son variadas. En el caso de los
países más pobres se destacan las vinculadas con la falta de
infraestructura, la carencia de medios de almacenamiento adecuados y las
inadecuadas cadenas de suministro. En los países exportadores sobresale
entre otras causas el descarte promovido por las transnacionales, el
cual está basado principalmente en consideraciones puramente estéticas.
En los países más desarrollados, por otra parte, se llama la atención
sobre el consumismo que genera el descarte de alimentos en los
establecimientos de ventas, así como en los hogares.
La
causa íntima, que explica el conjunto de las formas de desperdicio aquí
comentadas, debe buscarse en la propia lógica del sistema. No se
equivocó el papa Francisco cuando, en el mismo discurso en que comentó
críticamente la cultura del desecho y del descarte, también afirmó que
“en el mundo no manda el hombre, el que manda es el dinero”.
En
efecto, estamos en un mundo en el que domina el sentido de lucro, en el
que no se produce para asegurar necesidades, sino para asegurar
ganancias y acumulación de capital. Se trata de una lógica perversa a la
que le resulta racional, de acuerdo a las reglas de mercado, una
situación en la que para maximizar las ganancias de pocos, muchos deben
de padecer de hambre, a la vez que se desecha una buena parte de los
alimentos producidos.
En
términos del derecho a la alimentación se trata, entonces, de pasar de
una cultura del valor de cambio y del lucro a otra más solidaria
centrada en el valor de uso, cuyo objetivo central sea la satisfacción
de las necesidades fundamentales de todos y todas. La idea de la
seguridad y la soberanía alimentaria juegan aquí un papel fundamental.
Es así, para dar un ejemplo, que estudios recientes han llegado a la
conclusión de que un uno por ciento de crecimiento en el PIB agrícola
vinculado con la alimentación reduce cinco veces más la pobreza que el
mismo crecimiento en cualquier otro sector, beneficiando así de manera
especial a los sectores más vulnerables de la población.
Se
trata, desafortunadamente, de una forma de ver las cosas que ha estado
ausente en
las acciones públicas de todos los gobiernos dirigidos por los sectores
económicamente dominantes del país. Peor aún, estos han venido
aplicando una política económica que ha significado un creciente
deterioro en el frente de la seguridad y soberanía alimentaria. Este es
otro campo en que se impone un cambio profundo en las prioridades y la
política económica y social.